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In memorian Sergio Oiarzabal (1973-2010)

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    "Para mí el que es poeta, lo es; no hay buenos ni malos poetas: o se es poeta, o no se es, sin medias tintas. La poesía es un lenguaje místico. La poesía es como el blues: común y minoritario, pero existen cientos de grupos. Los lectores de poesía son muy fieles, muy conocedores del tema y saben qué leer y qué comprar" ...

Va Por Ti

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Para Sergio, la familia era lo primero y lo último: cada dos por tres estaba hablando de su madre Bego, de su padre ferroviario, de sus hermanos Pedro y Agustín, de los que estaba tan orgulloso. Después, los amigos. La capacidad descomunal que tenía Txiki para hacer amigos, para hacerse querer. Nunca estaba solo, y siempre tenía cosas de que hablar, con cualquier persona. Conmigo solía hablar de literatura, de fútbol, de mujeres, del futuro. Estaba enamorado de Bilbao y de sus símbolos: el Athletic, la Ría, Doctor Deseo, si me apuras hasta la Amatxu de Begoña. Le gustaba la comida china, en especial los calamares picantes y la salsa de soja, con la que chorreaba los platos. Quiero recordar sobre todo su risa: una risa explosiva y contagiosa, sin sarcasmo.
Le gustaba mucho la música. Cuando salíamos de fiesta, siempre estaba dedicando canciones a sus amigos. Sabía especialmente de rock español, y de “rock radical vasco”: Extremoduro, Platero, Leño, Eskorbuto, Exkixu, La Polla… Podía decirte en qué año se publicó tal disco, o en cuál estaba esta otra canción. También le gustaban el soul y el blues. Siempre que podía, cogía una armónica para acompañar una canción. Su versión de “Angie”, de los Rolling, con Jaime a la guitarra, en un autobús volviendo de Plencia, fue legendaria. De música clásica quería aprender; era, sobre todo, un apasionado del Requiem de Mozart, de donde sacó el título para uno de sus libros.
Era un poeta brutal, eso ya lo saben todos los que lo conocen. Su poesía está llena de tensión, de belleza, de una capacidad inacabable para sorprender, y de amor, aunque la palabra suene cursi. Sus poemas solían contener largas enumeraciones y acumulaciones de metáforas, en las que el mar, la luna, el cielo o los pájaros eran visitantes habituales. Era un excepcional poeta érotico, en todos los sentidos de la palabra. También tenía vocación de dramaturgo: en teoría, se proclamaba admirador de Artaud; en la práctica, era un surrealista desbocado.
No recuerdo con mucha exactitud la última vez que nos vimos, aunque supongo que, como siempre, nos despediríamos con un par de besos (sí, no le daba vergüenza dar dos besos a sus amigos) y un buen apretón de manos, de esos que daba él, que casi te rompían los nudillos. Puedo imaginar que, como otras veces, me giré un poco después para un último saludo de despedida, y que él levanto el puño izquierdo al aire, sonriendo mientras se montaba en el 72. Es posible que no fuese así, pero es así como decido recordarlo.
Y ahora el mundo es más oscuro, pequeño y silencioso, y en Bilbao no deja de llover. Va por ti, Txiki.

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