La dama en nieve blanca y sed te ofrece
la muerte en la quietud de sus arenas.
Atrás quedaron yerros y cadenas
y el ámbito de un mar que nunca crece.
Saquitos con cangrejos, días trece
que absorberán tus carnes y tus penas.
El aguijón mortal de las condenas
y un sueño azul mecido por los peces.
Estás entre las letras más queridas,
desnudo, ya vencido y sobre abrojos,
ansiando sal en todas tus heridas.
Hijo, tú, de la sombra y sus antojos,
de espaldas a la luz, juzgando, anidas
hormigas rojas dentro de tus ojos.
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